Coincidiendo con el mediodía ya divisa en la lejanía la silueta de Vozmediano, presidida por el castillo y a sus pies el río Queiles; aprovecha para hacer un alto en el camino y reponer fuerzas. Acercándose a la orilla del río baja de su fiel yegua y tras darle de beber le ata a un árbol, coge de las alforjas que penden de su grupa una hogaza de pan y unos trozos de chorizo casero. Las ricas aguas que transcurren por los campos, el sonido que produce el río en su trepidante huida en busca de la gran madre que es el Ebro el cansancio del camino provoca que el Tío Vinagres, envuelto en una manta de pastor, caiga en un profundo sueño. Su Yegua, auténtica protagonista de la apuesta, mordisquea tranquilamente algunas hierbas. Parecía no saber que la hazaña en la que su dueño le había embarcado y que sucedería dentro de unas horas fuese imposible lograr. Así pasan la tarde, descansando e imaginando la expresión de los rostros de todos los olvegueños cuando les vean aparecer antes que la luz.
Por fin llega el gran momento, el Tío Vinagres hace su entrada en Vozmediano. Allí ultiman los preparativos para hacer que llegue la corriente eléctrica hasta la cercana villa de Ólvega. Vecinos de Vozmediano se han acercado hasta la caseta de donde partirá la luz, se han enterado de la gesta que el Tío Vinagres quiere llevar a cabo. Muchos le conocen y saben de su valentía y tenacidad. Pero esta vez había sobrepasado el límite; aun así hubo quien tuvo palabras y gestos de ánimo hacia él y su yegua. El nerviosismo era palpable en todos y cada uno de los presentes, sus rostros reflejan la tensión del momento, excepto en una persona: el Tío Vinagres.
Ya está colocado en el lugar de donde saldría rápido como el viento. Se acerca el encargado de accionar el gran interruptor y tras unos segundos que al Tío Vinagres le parecieron horas…, ¡ya estaba! El interruptor fue bajado y, como si se hubiese oído un pistoletazo, golpeó fuertemente con los estribos a su yegua, que salió al galope por el mismo camino que les había traído.
Todo era fugaz a su paso, los árboles, los pueblos… Sólo había una meta: Ólvega. Sin tregua ni descanso ya se acercan al paraje conocido como Salas. Un haz de luz ilumina el cielo y tras él una detonación. ¡Son fuegos artificiales!
-¡Ves, ya celebran nuestra llegada! ¡Hemos ganado a la luz!
Cuando el Tío Vinagres se acercaba a la plaza, podía oir música, más cohetes gran algarabía. Su rostro mostraba una alegría que sólo puede tener aquel que sabe ha demostrado a todo un pueblo hasta dónde puede llegar su tenacidad.
Entrada triunfal en la Plaza…Pero, ¡qué ocurre aquí! –exclamó. La luz ya había llegado y los festejos no eran en su honor.
Abatido y cabizbajo pasó por la plaza sin que nadie reparase en su presencia. Esta vez ni su yegua había podido salvarle.
