Después del dominio musulmán fue reconquistada por el rey aragonés Alfonso I el Batallador en 1119; y permaneció como aragonesa durante quince años, hasta 1134, cuando pasó ya definitivamente al reino de Castilla, con Alfonso VII el Emperador.
Comenzará ahora la nueva y definitiva andadura cristiana de Ólvega, dentro de la Iglesia Diocesana de Tarazona. Y con ella, empezarán también la construcción de iglesias y ermitas románicas. Pero en el núcleo urbano de la villa no tenemos nada románico, sólo algunos restos en la traza de la nave y bóveda de la ermita de San Roque. Existen elementos románicos de características rurales en las ermitas de San Bartolomé y San Marcos. La de Los Mártires es de principios del siglo XIII; y la de Olmacedo hay que fecharla hacia la mitad de la misma centuria, radicándose en ella un Priorato dependiente del monasterio Cisterciense de Fitero.
La primera vez que aparece escrito el nombre de Ólvega –Olvegam- es en un documento del obispado de Sigüenza, de 1135, y se cita el topónimo como punto de refencia para ubicar el poblado de Salas, en una donación de ese lugar al obispo de aquella diócesis, por parte del rey Castellano Alfonso VII:
“dono et concedo... Salas, illan populationen novam..., cum ómnibus terminis suis a radice Montis caci, Inter. Agredam et Olbegam”
(Dono y concedo Salas, el nuevo poblado con todas sus pertenencias, que está en la falda del Moncayo, entre Ágreda y Ólvega).
Ya en el siglo XII se documenta su nombre como “Olbega”. Por tanto, la palabra evoluciona filológicamente muy pronto.
De todos es sabido el suceso triste y luctuoso por el que esta Villa de Ólvega es conocida con el heroico cognomento de “Segunda Numancia Soriana”. Por ello, también campea en su escudo desde antiguo –ya descubrimos uno pintado en el ático del retablo de la ermita de San Roque, que es del siglo XVIII-, un castillo o torre almena en llamas.
Aunque la lápida mural de la ermita de Los Mártires nos hable de “Agartón de la Cerda” por la ‘Crónica de los Reyes de Castilla’ sabemos que se trataba de Don Luis de la Cerda, un hijo suyo, quinto conde de Medinaceli.
Dos veces resultó fallida la donación que había hecho Enrique IV de la villa de Ágreda, con sus aldeas, a otros tantos señores, por el levantamiento de sus habitantes contra la disposición. Y en una tercera donación, aunque revocada por el rey, el conde de Madinaceli, no se atreve a atacar directamente el lugar. Ólvega se negó a obedecer al noble, el cual descargó toda su ira, poniendo fuego a las puertas de una torre, donde el pueblo se había hecho fuerte. La llamas penetraron en el interior, declarándose un incendio tan voraz, que todos perecieron abrasados, dando gritos horrorosos que llegaban hasta el cielo. El conde abandonó esta “Segunda Numancia” sin lograr la victoria. Las asechanzas a esta tierra por parte del caballero debieron durar siete años completos y dos incoados, desde 1465 al 1473.